Una tarde de domingo un grupo de amigos, que sólo lograba
reunirse al completo en verano, puesto que cada uno había tomado caminos diferentes al comenzar a trabajar, pero todos
se negaban a dejar morir esa amistad que fraguaron en sus años de instituto, mientras
el mundo les decía que no duraría eternamente, que cuando se alejaran unos de
otros la amistad llegaría a su fin, decidieron pasarla junto. Ellos consiguieron
que no fuera así, que el mundo se equivocara y esa amistad nunca muriera.
Esa tarde decidieron salir a pasear con el barco, como único
testigo de sus conversaciones la luz del sol que brillaba con fuerza en el
cielo azul. Mientras la tierra firme se hacía cada vez más pequeña la
creatividad de la pandilla iba creciendo y sus conversaciones variaban de la
cotidianidad de sus vidas, con sus trabajos y vida diaria bien explicado
anteriormente, a lo que les gustaría llegar a hacer alguna vez en la vida.
Se imaginaron surcando los mares con ese mismo barco en el
que estaban ahora. Que recorrerían el mundo en 360 días como Willy Fog en la
gran historia que acompañó a sus sueños de infancia. Que perseguirían sus
sueños sin ningún temor y así el aburrido contable de una importante
multinacional podría dedicarse a escribir las novelas que siempre soñó editar,
el ama de casa cargada de niños de los que no se arrepentía ni lo más mínimo
lograría ser una gran actriz de Hollywood. O el solterón del grupo, que dejó
escapar al amor de su vida por creer que ella merecía algo mejor, se impediría
a sí mismo dejarla marchar aquella lluviosa tarde de enero sin su compañía.
Las tarde de verano, entre amigos, siempre les hacían soñar.
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